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UNA ADIÓS, SIN DERECHO A DESPEDIDA



Tomasa le pide a Dios cada día que le de salud, para poder cuidar a sus padres, por quienes ha luchado inconstantemente a pesar de la enfermedad, de las tristezas y la incertidumbre.



La brisa de la tarde que parecía rutinaria en Bocas de Satinga, Nariño, marcó por siempre los recuerdos de la familia Hurtado Vivas, que eran tranquilos hasta que las manecillas del reloj marcaron las 6 de la tarde del domingo 15 de junio del 2008.


Con la esperanza de comer algo de lo que había recogido junto a sus padres después de una larga jornada de trabajo en la agricultura, llegó Tomasa a su hogar, la olla ya estaba hirviendo sobre el fuego y faltaban tan solo unos segundos para bajarla del fogón.


Sin embargo, esos segundos se detuvieron en el tiempo con la llegada de unos hombres camuflados que aturdieron la casa con gritos e insultos para que salieran de ésta.

Tomasa Hurtado, con su voz entrecortada relata que aquellos personajes que habían atacado su hogar los amenazaban con asesinarlos. Entonces salieron asustados, y se encontraron en la calle filas formadas por hombres y mujeres, así que se acomodaron.

Angustiada, como si estuviera aún en ese momento, Tomasa relata que “Cerró los ojos y esperó a que le llegara la hora, mientras le pedía a Dios que los perdonará, porque no sabían lo que hacían”.


Frente a la fila en la que ella se encontraba estaban sus hermanos, su padre de 80 años y su primo y alrededor de ellos, varios de los mismos hombres camuflados que los habían sacado de su casa con un listado de nombres en sus manos, “parecía que estaban buscando a alguien”, recuerda Tomasa.


“En ese momento sacaron al frente a unos muchachos y los amarraron de ‘patas y manos’, nosotras ahí mismo les gritamos que ¿por qué lo hacían?, y nos dijeron que nos calláramos, porque si no, nos pasaría lo mismo que a ellos”.


La tarde iba desapareciendo, y el ambiente empezaba a oler a sangre y a miedo, “ya habían matado a dos y los habían echado al río” recuerda Tomasa, de repente el aire volvió a ella en el momento en el que les dijeron a unos cuantos que podían irse.

Tomasa corrió con sus padres de la mano, en busca de una balsa, pues en Bocas de Satinga, la única salida es por “agua”. La esperanza estaba llegando para ellos, cuando de repente escucharon dos disparos, voltearon a mirar y su primo había caído tendido, “no sabemos por qué lo mataron, pero tampoco podíamos devolvernos por él, hasta mis dos hermanos se echaron a perder, pensamos que los habían desaparecido”.


Ella y sus padres, Alberta y Luis, dejaron su pueblo natal y se fueron “con la muda del cuerpo”, solo alcanzaron a guardar en sus bolsillos los papeles y el “billetico” que habían ganado en el trabajo.


Así llegaron a Buenaventura, se quedaron 15 días y lograron conseguir una ayuda para poder llegar hasta Cali y encontrarse con su hermana, quien los hospedaría en su casa.

Ya estando en la terminal de Cali, Tomasa y sus padres no sabían qué hacer, pues se encontraban cargados de colchonetas que les había donado la Cruz Roja, además, estaban perdidos, no encontraban un taxi que los llevará a la dirección que tenían anotada en un papel.


En ese instante un hombre se acercó a Tomasa, le ofreció ayuda y le hizo varias preguntas, pero ella no quería responder a ninguna, “me decía: yo sé que ustedes están desplazados, yo también, pero yo no le quería contar, porque sentía miedo, tenía el recuerdo en mi mente, y si contaba sentía que en cualquier momento iban a venir por mi” cuenta con nerviosismo que aún siente lo mismo.


A pesar de esto, Tomasa decidió no ocultar a las autoridades lo sucedido, aunque era imposible no permear de lágrimas las oficinas de la Fiscalía y el CTI, mientras hablaba de lo que pasó.


Sin embargo, con esta declaración logró acceder junto a sus padres al subsidio del desplazado, era el momento para que la familia Hurtado Vivas, volviera a renacer, Tomasa se enteró que sus dos hermanos que creía desaparecidos, estaban vivos, uno se encontraba en Bogotá trabajando y el otro ya había llegado a Cali.


Pero la dicha no le duró tanto, su madre cayó en coma por un mes, las puertas donde su hermana fueron cerradas y su padre lloraba desconsolado por las humillaciones que recibía por parte de la familia de esta. Tomasa empezó a sufrir de asfixia, y cada vez era más complicado para ella mantenerse en un trabajo, pues su enfermedad no se lo permitía y el cuidar a sus padres tampoco.


En vista de lo sucedido, esta mujer decidió no aguantar más las penumbras por las que estaba pasando, y alquiló una pieza en el oriente de la ciudad para irse con lo único que la mantiene con vida, sus padres.


Allí trabajó sin cansancio para responder por el arriendo, ya era cada vez más difícil barrer en la casa debido al problema de salud que tenía, pero igual lo hacía en otras casas para responder por su familia.


Uno de sus hermanos decidió irse con ella, trabajaban para lograr algo mejor de lo que tenían, pues eran varias las noches en que los cuartos eran roseados por la lluvia que caía debido a la cercanía del patio a sus habitaciones.


De repente su hermano recibió la noticia de haber quedado en una de las casas gratis que estaban regalando el Gobierno, no lo pensó más y se fue con Tomasa y sus padres para su nueva casa propia, donde aunque apretados, como lo menciona don Luis, tratan de salir adelante, después de haber dejado su tierra hace 7 años .


Don Luis a pesar de sus 87 años, no olvida nada de lo sucedido, no olvida lo que más amaba de su tierra, el plátano, el banano, el cacao y todo aquello que sembraba, “ yo allá tengo mi casa buena con campo, cuando me acuerdo ‘me lloro puritico’, porque allá quedó todo, mientras que aquí seguimos pasamos trabajo”.


 
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